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3 de mayo de 2011

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Octavio Mendoza fabricó una edificación completamente de arcilla y la horneó como si fuera una artesanía. Con ella quiere generar conciencia sobre los daños de la construcción moderna a la naturaleza.

Con sus manos embarradas moldeaba un rostro indígena que le serviría después como elemento decorativo. Corría el mes de julio de 1999. Era de noche y una lluvia incesante caía sobre la población boyacense de Villa de Leyva. Y mientras amasaba la arcilla para darle forma a su creación se le ocurrió la idea más ingeniosa y atrevida de su vida: cocinar una casa. "Si he construido centenares de viviendas, edificios y hospitales de concreto, y una de mis pasiones ha sido la escultura en barro, ¿por qué no combinar la arquitectura con el arte?", se preguntó el arquitecto Octavio Mendoza. Lo consultó con los obreros que por esos días le ayudaban a levantar una vivienda campestre en esa población por solicitud de uno de sus clientes. Y como varios de sus trabajadores eran expertos en el legendario oficio de la alfarería le dieron el sí y se convirtieron en los cómplices de la aventura que, nueve años más tarde, se convirtió en la cerámica más grande del mundo.

La bautizó Casa Terracota. "No solo es una casa de barro. Es una cerámica monumental que sirve de vivienda", aclara este arquitecto bogotano de 59 años y de ancestros boyacenses, casado y padre de dos hijos. Destinó entonces un terreno propio en las afueras de Villa de Leyva. De un lote cercano sacó las primeras cargas de arcilla, y como si fuera un jarrón o cualquier artesanía de barro, empezó a moldear de abajo arriba. Desde las bases hasta el techo. Mientras la particular edificación iba creciendo, la fue cocinando por zonas. Cubría el área levantada en una suerte de fogón qué él también se inventó y luego lo prendía con carbón natural que, según Mendoza, contamina muchísimo menos que otras maneras de cocción. El proceso, en cada parte cocinada, tardó en promedio una semana, por lo que fueron necesarias unas 400 toneladas de barro. Casa Terracota, a la que en Villa de Leyva conocen popularmente como 'la casa de los Picapiedras', es tan grande como un edificio de cinco pisos. Su extensión es de 500 metros cuadrados, se ubica en las afueras del municipio y se impone en medio de lujosas casas de campo y de las verdes montañas que conducen al santuario natural de Iguaque. Y aunque al principio tenía planos preconcebidos, como en toda labor artística fueron surgiendo nuevas posibilidades. Hoy, dice su creador, de lejos tiene forma de dinosaurio, aunque de cerca no tiene una figura definida. Parece un pastel gigante, pero de barro, o un castillo de extraños trazos. "Esta es tierra de dinosaurios", explica Mendoza al recordar que a pocos kilómetros hay un fósil de uno de esos milenarios animales, que es visitado por los turistas. 

Por dentro parece una casa sacada de un cuento de hadas. Tiene varios cuartos, algunos de ellos con ventanales en el techo por donde se divisa el cielo azul que cubre a Villa de Leyva. Aún huele a arcilla mojada. Las camas, los muebles, los baños, la cocina y las áreas comunes, todo fue esculpido en arcilla. También las lámparas de figuras indígenas y animales, los pocillos donde sirven el café caliente y las figuras decorativas son de ese material, entre ellas, una colección de vírgenes. Mendoza no quería rejas, y diseñó gatos, pájaros y plantas de hierro forjado que cubren los ventanales. Las rejas, los vidrios y la energía eléctrica son lo único artificial. Antes de que termine el año, el arquitecto Octavio Mendoza piensa irse a vivir definitivamente a su construcción de fantasía. Quiere alejarse Bogotá, ciudad donde tiene su residencia, y pasar allí, junto con su esposa, sus últimos años. Quiere que el ocaso de sus días sea tranquilo y en comunión con la naturaleza. En busca de un Récord Guinness ¿La más grande? Sí, eso lo asegura el arquitecto Octavio Mendoza, y afirma que es probable que reciba un Récord Guinness que la certifique como la cerámica más grande del mundo. Mendoza explica también que en India hay un caballo de gran formato del mismo material, pero muchísimo más pequeño. Y que los Guerreros de Terracota, en China, son piezas individuales que no le harían competencia para alcanzar ese título. La casa no tiene fines turísticos. La idea es que se convierta en un centro de intercambio cultural y en ejemplo de arquitectura. Pero aún falta por cocinar la parte trasera. También faltan las puertas, los colchones, las cobijas, las cortinas y los cojines que, según Mendoza, serán elaborados de fibras vegetales y animales de la región. JOSÉ ALBERTO MOJICA P. ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO VILLA DE LEYVA (BOYACÁ)

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